A lo oscuro (relato para el concurso #CuentosdeNavidad de Zenda e Iberdrola)

Desde que papá se fue la Navidad es otra cosa que no se le parece a la Navidad de antes.

Me acuerdo que había nevado y que yo estrenaba el gorro de color morado que me compró mamá en las galerías de Pepe y que llegamos de dormir en casa de la tía Carmen y mamá lloraba, ¡hipaba todo el rato!, sentada en el sillón verde que rasca. Y volvimos después de los Reyes al colegio Julián y yo.

Nos miraban mucho. Dijo Doña Teresa en clase que éramos niños sin padre. No me gustaba la palabra huérfano. Se la había oído a la tía, que decía que sin papá éramos unos pobres huérfanos. Yo no quería ser ni pobre ni huérfana, y quería que volviera papá. Por desgracia ninguna de las tres cosas se podía deshacer.

La Navidad de antes desapareció. Soñaba con ella: con los regalos escondidos en el armario del corredor (que se creía mamá que no lo sabía y sí que lo sabía desde que la vi con la bolsa de las galerías y el papel de regalo un día en el pasillo), con papá que siempre llegaba tarde y siempre olía a humo y siempre se quejaba y reía cuando nos abalanzábamos sobre él.

En el recreo los niños nos miraban y cuchicheaban. Yo agarraba a mi hermano porque me daba un poco de miedo, porque siempre le pegaban -aunque fuera el mayor- porque llevaba gafas y le llamaban gafotas y 'sacaconcho' y otras cosas que no me acuerdo ya. Y terminó el curso y enseguida me tocó otra vez la ropa de Julián, que a veces rascaba y tenía manchas que no se quitan, y no quería volver al colegio porque tenía costras en las rodillas y con esos pantalones cortos se veían. Y Julián se quitó las gafas para ir a clase porque dijo que ya veía bien aunque mamá no sabía que Julián veía, pero yo siempre pensé que era porque le gustaba Marina, que llegó nueva de Salamanca a su clase. Su padre era inspector de Hacienda.

Muy pronto volvió a nevar. Llegó la Navidad de ahora, y mamá trajo un día a un señor con bigote que olía mucho a puro y a veces escupía. Dijo que era nuestro nuevo papá. Y el señor del bigote, que se llamaba Celemín, me sentaba en sus rodillas y no me gustaba porque olía mal y porque no era mi papá, aunque mamá hubiera dicho que sí que lo era. Y a Julián le daba igual porque no le sentaban en las rodillas de Celemín. Mamá ya no lloraba ni nada y Celemín dormía en la cama con ella, en el hueco de papá.


Me dijo la tía Carmen que mi papá se fue a lo oscuro, y yo quiero ir ahí.

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Relato para el concurso #CuentosdeNavidad de Zendalibros e Iberdrola


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